Una mujer conoce en una cena a un hombre. Él le habla entusiasmado acerca de un libro que supuestamente ha leído y detalla las tesis que se recogen en la obra. En un punto de la conversación, le hacen saber que precisamente ella, la mujer con la que habla, es la autora, y él, haciendo caso omiso, continúa desgranando los argumentos del texto. El ninguneo llega hasta tal punto que ella incluso duda de si alguien había escrito un libro exactamente igual que el suyo. Lo cierto es que sí se trataba de su obra y él ni siquiera la había leído, solo la conocía por una reseña en un diario. Con esta curiosa anécdota personal arranca Los hombres me explican cosas, una recopilación de ensayos de Rebecca Solnit, famosa por popularizar el término anglosajón mansplaining.

El vocablo es una combinación de man (hombre) y explaining (explicar) y alude a una construcción social por la que se ha asumido históricamente que el hombre es el poseedor del saber y, por tanto, de la palabra. La mujer, mientras, es abocada al rol pasivo de quien escucha, incluso aunque sepa más sobre el tema de conversación (como en la anécdota descrita). Esto entronca con el concepto de autoridad, atribuido tradicionalmente a los hombres en cualquier ámbito, público o privado. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en la ciencia. La autoridad científica ha sido, durante siglos, masculina. Basta con intentar recordar nombres ilustres en física o matemáticas para darnos cuenta de que la mayoría de nuestros referentes (si no todos) son masculinos. En otras épocas, las mujeres tenían restringido el acceso a la educación, lo que mermaba sus posibilidades de contribuir al progreso científico. Pero incluso las que sí gozaban de formación y lograron despuntar, tenían que recurrir a menudo a seudónimos masculinos para evitar los prejuicios o, directamente, la censura.

Por ello, es importante dar visibilidad a las autoras, a aquellas mujeres que han aportado y aportan su saber. Las niñas y jóvenes merecen tener referentes femeninas, también en la ciencia, un ámbito tradicionalmente masculinizado. Así fomentaremos la vocación científica entre las mujeres y reduciremos la brecha de género en una esfera, la del conocimiento en mayúsculas, sobre la que debe descansar el progreso social y económico.

Desde los poderes públicos tenemos la obligación de trabajar por la igualdad, y dar visibilidad a las mujeres científicas es una manera de compensar una deuda histórica. Ayer visité junto a la concejala de Cultura y Feminismos, Verònica Ruiz, las jornadas organizadas en el Planetari de Castelló para conmemorar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Técnicas e ingenieras de la refinería BP han dado a conocer su trabajo al alumnado de secundaria, explicando su experiencia en el ámbito científico. Mañana se impartirá un taller sobre Katherine Johnson, la matemática que contribuyó a que el Apolo 11 llegara a la luna. Y todo esto ocurre precisamente en la semana en que una científica, la astronauta Christina Koch, ha pasado a la historia por batir el récord de permanencia de una mujer en el espacio. Referentes ha habido, hay y habrá. Sigamos dándoles voz.

*Alcaldesa de Castelló