La lección de Roma no sirvió de nada. El FC Barcelona volvió a caer de forma estrepitosa en la Liga de Campeones al encajar una inesperada goleada el pasado martes en Liverpool. El fracaso sin paliativos en la vuelta de las semifinales se une al protagonizado en los cuartos de Roma, el año anterior, y a anteriores derrotas europeas sonrojantes como las de París --a la que siguió la remontada del 6-1 en el Camp Nou-- o de Turín ante la Juventus. El Barça, muy fiable en la Liga con 8 títulos en las 11 últimas ediciones, se ha convertido en un equipo muy vulnerable en Europa, donde fuera de casa no actúa con la grandeza y personalidad --al margen del debate del estilo-- que se debe esperar siempre de un equipo que aspira a ser campeón.

Cuando la final del Wanda Metropolitano de Madrid estaba a la vista, con el 3-0 en la ida del Camp Nou ante el equipo inglés, el Barça reincidió en el error, pese a todos los pronunciamientos de la plantilla de que no podía repetirse el fiasco del Olímpico de Roma. Que haya sucedido dos años seguidos descarta que sea casualidad. El Barça, pese a contar con el mejor futbolista del mundo, no ha competido al verse exigido en Europa. Algo que hace inevitable que la directiva abra una rápida e ineludible reflexión sobre el futuro más inmediato. Ni siquiera el doblete puede evitar que se cuestione si el Barça está en condiciones de volver a lo más alto cuando Leo Messi afronta, próximo a cumplir 32 años, el esprint de una carrera única. Esa reflexión alcanza al estilo de juego y también al propio entrenador.