La obligación fundamental de todo gobierno que pretenda dejar rastro de civilización y sentido de la responsabilidad es garantizar la convivencia. No una convivencia ramplona o adocenada. En democracia la convivencia equivale a ejercer derechos y libertades, respirar diversidad, pluralidad, contradicción y conflicto. Como en la vida misma. Una vida que resuelve sus diferencias hablando, razonando, sintiendo, comprendiendo, recomenzando, empatizando. Todo cuenta. Todo importa. Todo suma.

Lo que estamos viviendo en este país es la crónica de un fracaso de la política pero por incomparecencia de la misma. Quizá alguien pensó que los problemas se resuelven mirando para otro lado mientras se fuma un puro. Pero esa indolencia se paga porque los problemas siempre regresan corregidos y aumentados.

Muchos no nos resignamos a que España sea siempre ese grabado de Goya de la serie de las Pinturas Negras, que tanto nos ha identificado. El Duelo a garrotazos. Dos hombres enterrados hasta las rodillas, frente a frente, golpeándose, destruyéndose.

Tarde, muy tarde, pero parece que se abre paso la reforma constitucional. Esta no es una noticia menor. Se ha aprobado en el Congreso a instancias del PSOE y no debería ser despreciada por nadie. Es la única opción que se ha puesto encima de la mesa para cambiar de escena y de escenario. La única idea para superar la metáfora de Goya, que nos persigue.

Jefferson decía que cada generación tenía derecho a su propia Constitución. Hace años que deberíamos haberlo afrontado con altura de miras y luces largas. No podemos vivir eternamente de renta de los grandes acuerdos del año 1978. Seríamos una generación vaga. Claro que resultará valioso, porque es un atributo perenne, el espíritu de aquella generación que nos precedió. Pero aquel momento era deudor de un contexto y unas circunstancias históricas que han cambiado.

Hoy necesitamos otro gran acuerdo porque el mundo, este país y las personas que lo habitan, han cambiado. Necesitamos otro acuerdo que refuerce y blinde los derechos y las libertades de las personas, los nuevos derechos civiles. Un nuevo acuerdo que reinvente las formas de mantenernos juntos reconociendo las legítimas singularidades y diferencias entre territorios. Un acuerdo que concilie el reconocimiento de las identidades culturales, lingüísticas, institucionales, etc, con la igualdad de todas las personas. Vivan donde vivan. Un gran acuerdo que, probablemente, no satisfaga cien por cien a nadie pero que nos permita acceder a otros 40 años de convivencia. Un gran acuerdo que deberá volver a convalidarse en las urnas y que, al hacerlo, millones que no votaron por edad en el 1978, puedan hacerlo ahora asumiendo que son parte activa de la historia. Definir entre todos qué queremos ser y, lo que en un estado de derecho resulta fundamental, cómo queremos llegar a serlo, es lo único que puede contrarrestar el duelo de garrotazos que planea hoy en este erial de ideas que viene siendo la relación entre los extremos que hoy cortan la pana.

*Secretario General del PSPV-PSOE provincia de Castellón