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A lo largo de esta semana, después de conocerse el caso del profesor de gimnasia de los Maristas de Barcelona, la magnitud del caso ha ido en aumento, con nuevas acusaciones referidas a cinco profesores vinculados al colegio y con la destitución del subdirector del mismo, apartado cautelarmente de la responsabilidad docente. A medida que hemos ido sabiendo detalles ha crecido no solo la alarma social sino la indignación hacia unas prácticas que, como mínimo, nos hablan de una conjura del silencio. La acumulación de confesiones ha colocado a la institución religiosa en una situación ciertamente complicada que merece la máxima aplicación de la justicia, el reconocimiento de los errores cometidos y la asunción de responsabilidades.

Se escudaron en el desconocimiento del protocolo a seguir en esta materia y, si bien, denunciaron los hechos en el 2011, después nadie se encargó de llevar la investigación hasta sus últimas consecuencias. El escándalo que ahora nos afecta tan de cerca ha de servir como reflexión sobre la exigencia de denunciar cualquier atisbo de estas prácticas odiosas, y que también ocurren en el entorno familiar, para perseguir a los agresores y, lejos de cualquier espectáculo, reparar el daño causado a las víctimas. Se trata de una responsabilidad moral que nos interprela a todos.