Como culminación a una semana de agitación, insultos y desmesura, al conocerse que el Gobierno había aceptado un relator en las negociaciones con el gobierno catalán, PP y Ciudadanos convocaron una manifestación, a la que se sumó Vox. Pero la concentración no cumplió las expectativas porque la asistencia fue discreta --45.000 personas, según la policía-- y puede considerarse un pinchazo. Quizá porque el tono abrupto de días pasados era insuperable, los líderes de la triple derecha se mostraron más moderados, pese a que Pablo Casado habló de «rendición» y «chantaje», mientras que Albert Rivera se limitó prácticamente a reclamar elecciones. Solo Santiago Abascal se distinguió por su dureza al pedir la suspensión indefinida de la autonomía catalana y al referirse a los «golpistas» y a las «bandas violentas» que supuestamente actúan en Cataluña.

Del mismo modo, en el manifiesto final leído por tres periodistas se pueden observar diferencias apreciables. Junto a frases que podría suscribir cualquier constitucionalista, como las que defienden la soberanía nacional, la Constitución, el Estado de derecho y la igualdad entre los españoles, hay otros pasajes en los que se califica lo sucedido de «humillación», «puñalada por la espalda» o «traición» y se vierten falsedades, como que Pedro Sánchez recibió a Quim Torra con lazos amarillos o que aceptó «las 21 exigencias del secesionismo».