Desde que en 1960 Richard Nixon y John F. Kennedy cambiaron la historia de la televisión y la política con el primer duelo televisado de dos candidatos a la presidencia de EEUU, los debates electorales se han convertido en un formato poco proclive a las sorpresas, en el que los protagonistas intentan ante todo evitar los errores y se dirigen sobre todo a los convencidos. El debate a cinco del pasado lunes entre Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal fue fiel a este guion: más que un contraste de pareceres y de propuestas de los aspirantes a la presidencia del Gobierno se trató de cinco soliloquios al servicio de las estrategias electorales de cada candidato. En campaña prima el tacticismo por encima de cualquier otra consideración. Nadie quiere tomar ningún tipo de riesgos.

Por este motivo, las conclusiones que deja el debate no son muy ilusionantes. A juzgar por lo visto y lo dicho, y si las encuestas aciertan, no se otea salida al bloqueo político que ha llevado a repetir las elecciones. Solo Rivera, que bracea en caída libre en los sondeos, se ha movido respecto a las anteriores elecciones, aunque a diferencia de abril esta vez sus escaños pueden ser insuficientes para un pacto con el PSOE. Iglesias trató en vano de tender puentes con Sánchez, que evidenció con su fría relación que las cicatrices de la pasada investidura siguen abiertas. Casado, por su parte, anunció que no pactara con Sánchez, así que el escenario es muy similar al del 28-A: si la derecha suma, pactará; si la izquierda suma, el acuerdo será muy complicado. Y en la cultura política española, la gran coalición sigue siendo una quimera para los partidos implicados, que no ven forma de justificarla ante un electorado muy polarizado con la gran diversidad de partidos.

El debate arrojó otro riesgo de bloqueo: el de la crisis política en Cataluña. Sánchez, que busca pescar en el caladero de Ciudadanos, endureció su tono. Propuso una reforma del Código Penal (penalizar de nuevo la convocatoria de referéndum ilegal, una vieja idea de PP y Cs) y acciones en el ámbito de los medios de comunicación públicos y educación. La bravata de garantizar que traerá a Carles Puigdemont a España cabe atribuirla al fragor del choque dialéctico, pues se trata de un asunto judicial que se dirimirá en los tribunales. Pero el endurecimiento de Sánchez y el habitual discurso frentista de las derechas se quedaron lejos de la mezcla de inteligencia, decisión y altura de miras que requerirá el ingente trabajo de encauzar la crisis catalana hacia vías políticas después del 10-N.

En este contexto, Abascal se sintió cómodo. Fue contraproducente que los otros candidatos decidieran no contrarrestar sus argumentos, basados muy a menudo en cifras y asunciones falsas. Aplicar el cordón sanitario a la extrema derecha no supone dejar sin refutar falsedades evidentes. Uno de los peores efectos de la repetición electoral es que todo indica que la extrema derecha crece. Una pésima noticia, pues su discurso xenófobo, machista y ultranacionalista en nada contribuyen a mejorar la vida de los españoles. En una situación de bloqueo, si la derecha suma Vox puede ser clave en la nueva legislatura. Sería una pésima noticia.