De todos es sabido la capacidad de ajuste y habituación que tiene el ser humano. Cuando se trata de un evento negativo, como la muerte de un allegado, esa adaptación es primordial para la recuperación emocional. En ese sentido, la capacidad es una bendición. Pero no siempre es así, convirtiéndose con frecuencia en un arma de doble filo.

La rutina hedonista hace referencia a nuestra capacidad para acostumbrarnos a las situaciones positivas, como ocurre cuando realizamos la compra de una vivienda o un vehículo nuevo. Al principio, la emoción embarga produciendo incluso cierta euforia, pero con el paso del tiempo se produce tal acostumbramiento que el producto adquirido deja de ser gratificante, poniendo en tela de juicio la compra efectuada, mientras aflora la culpabilidad.

Si los eventos positivos continuasen repitiéndose, se normalizarían tanto que perderían el encanto de la novedad, despertando emociones menos intensas, más apagadas. A pesar de que es prácticamente imposible evitar la adaptación hedonista porque es un proceso que se activa de manera automática, se pueden sortear los riesgos que implican.

La filosofía estoica, por ejemplo, sugiere que el hombre debe conocer todo aquello que le permita conseguir la felicidad, primordialmente la interior. Así, un ardid de los estoicos es reflexionar sobre cómo sería nuestra vida si perdiésemos las cosas que tenemos. Pensar en la pérdida de algo que se quiere ayuda a aumentar su valor, lo que nos hará más felices. Otro truco es dosificar las actividades placenteras para evitar la adaptación. Sin embargo, una situación desagradable es mejor atravesarla de golpe y sin pausa, puesto que la adaptación hedónica nos irá acostumbrando a ella haciendo el sufrimiento menor.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)