Sujeto varón, 27 años de edad, persona esquizo/afectiva. Ingresa en urgencias con claros síntomas de ansiedad y agitación psicomotriz. Ha venido solo, sin acompañantes, no se relaciona y no es capaz de mantener una conversación lógica. En absoluto manifiesta comportamientos violentos, más bien desamparo. Un retén de la policía local lo ha dejado en admisión, haciendo un ademán para dar a entender que estaba loco.

Este perfil es una situación de emergencia común en tiempos de contagio.

Al parecer, la rutina del sujeto se había roto por real decreto. Estaba acostumbrado a almorzar con sus iguales, y el servicio del comedor de su entidad estaba en servicios mínimos. Ni su estómago, ni sus flaquezas, entienden de teletrabajo.

Pasa el tiempo de confinamiento por el virus paseando por lugares corrientes donde puede soñar sin necesidad y cansarse sin motivo.

Necesita la presencia física de terceros para hacer las paces con la enfermedad, y no entiende los incómodos horarios de alivio. No hace deporte, no tiene perro ni tampoco familia y aún está muy lejos de la edad que le permite hacer compras en horario prioritario.

El día que los agentes lo llamaron al orden, llevaba sentado en un banco más de una hora y a más de un kilometro de distancia de su residencia, en un momento de la jornada donde el protocolo de confinamiento no se lo permitía.

Los vecinos de una terraza que no paraban de mirarle y cuchichear alertaron a los gendarmes, con premura, por entender que se trataba de un joven irresponsable o, lo que es peor, un drogadicto insolidario.

LA PAREJA de municipales le pidió la documentación, no sin antes echarle un sermón. Al sujeto no le gusta pregonar que padece una patología mental por culpa del qué dirán y se dirigió a los agentes definiéndose con eufemismos tales como, discapacitado o dependiente.

Adjetivos que despertaron la incredulidad e hilaridad de los receptores, lo que desembocó en un estado de agitación del sujeto, que se había sentido intimidado y asustado.

Las palabras que vestían el interrogatorio, aun siendo inconscientes, más que comprender al sujeto pretendían dominarlo. El sujeto padece un trastorno mental grave, que le impide relacionarse con normalidad.

HA VIVIDO en primera persona lo que ahora se entiende por distanciamiento social. Esos dos metros que le separan de la gente y lo sufre de manera ajena al coronavirus. Le viene impuesto por culpa del estigma, la ignorancia de estamentos que se comportan como si el hambre, los derechos, la familia o la humanización fueran un capricho de una persona con trastorno mental grave.

El sujeto está acostumbrado desde hace tiempo a ser el primero en cruzar los pasos de cebra, a ver cómo las personas se separan de su lado por las calles por su aspecto. La fase cero del confinamiento propia del covid-19 parece estar diseñada a propósito para él.

La supuesta normalidad es un traje que no es de su talla.

*Asociación de Familiares para los Derechos del Enfermo Mental (AFDEM)