Europa, Cataluña e igualdad serán los tres primeros frentes que el Gobierno de Pedro Sánchez abordará. Uno, el de la igualdad, es por convicción del presidente y por obligación ante la realidad social, que se plasmó en la ya famosa manifestación del 8-M, después de la cual ningún Gobierno puede ni debe continuar insensible a la lacra del machismo.

El frente europeo es una necesidad, y como tal lo ha entendido Sánchez, que se ha esforzado tanto de acción (el equipo económico que ha nombrado, sobre todo la ministra de Economía, Nadia Calviño, exdirectora de Presupuestos de la Comisión Europea) como de palabra (sus continuas referencias a Europa en sus discursos) en tranquilizar a Bruselas. El liderazgo europeo se sentía muy cómodo con la pasiva aquiescencia de Mariano Rajoy en tiempos tan convulsos (negociación del brexit, llegada del euroescepticismo al poder en Italia...), de ahí que Sánchez se esfuerce en transmitir la idea de que España no ha caído en manos del populismo y que sigue siendo un socio europeísta y, además, de fiar.

El frente catalán es una exigencia imperiosa. Meritxell Batet, nueva ministra de Política Territorial y Función Pública, hablaba de «vértigo» en el acto de cambio de cartera con su antecesora, Soraya Sáenz de Santamaría. No es para menos. Desjudicializar el procés y despolitizar el Tribunal Constitucional en lo que a Cataluña se refiere son dos medidas necesarias, pero para ello el nuevo Gobierno debe encontrar la forma de negociar sin levantar agravios en las otras autonomías, ni dar pábulo al argumento de que se premia a los independentistas. La bilateralidad que exige la Generalitat catalana, reconocida en el Estatut, deberá combinarse con foros multilaterales. No se trata de una tarea sencilla, y para superar ese «vértigo» del que hablaba Batet el nuevo Gobierno necesita coraje político e interlocutores leales. No es Sánchez el único que debe demostrar valor y responsabilidad.