Querido/a lector/a, son muchas las ocasiones que he utilizado este pequeño rincón para hablar de las tierras y las gentes de Francia y, en concreto, de sus políticos, de su política y su posible relación o repercusión con nosotros.

Por citar alguno de mis comentarios referidos a Francia, recuerdo que hace mucho comenté que E. Macron era, posiblemente, el primer presidente de un país de la UE elegido directamente por las grandes fortunas (la banca y la empresa), aprovechándose del descrédito de los partidos políticos y utilizando la gran fuerza de los medios de comunicación de su propiedad. Un presidente de los ricos, a la carta de sus intereses y que se suele comportar de forma frívola, despreciativa y caprichosa. No obstante, y a pesar de esas calificaciones, también he comentado que un tipo como Jürgen Habermas, socialdemócrata y, posiblemente el filosofo vivo más influyente en el campo político, nunca ha escondido que se siente pro Macron en la medida en que el mandatario francés siempre ha sido partidario de una UE que, con reformas, vaya más allá de una unión monetaria y se transforme en una unión política y eficaz que permita propuestas con legitimidad democrática y evite desajustes económicos y sociales entre los estados. Algo que tampoco va por buen camino.

A pesar de todo lo dicho, hoy vuelvo a Francia y a Macron para destacar algo que a primera vista me parece tan interesante como novedoso y valiente. Me refiero a una de las respuestas que ha dado ante las protestas de los Chalecos amarillos, la de estar dispuesto a facilitar un gran debate nacional y abrir las vías oportunas para que los franceses de a pie, los que se manifiestan en el Arco del Triunfo o protestan desde el sofá de su casa, puedan decir como quieren que sea Francia. Propuesta que habrá que seguir por si se hace real y avanza en la línea de la participación democrática y ciudadana.

*Analista político