Los Mossos consideran el ataque a la comisaría de Cornellà de Llobregat (Barcelona) como terrorismo. El hombre que trató de agredir a una agente con un cuchillo de grandes dimensiones al grito de Alá fue muerto a tiros. El agresor era un ciudadano de origen argelino que, según personas de su entorno, había «perdido la cabeza» y frecuentaba compañías extrañas, además de haber extremado sus creencias religiosas.

Aún es pronto para sacar conclusiones de este caso en particular, pero sí se pueden extraer unas primeras lecciones. Hay que recordar que estamos en una situación de alta alerta terrorista y que el yihadismo tiene unas características particulares que muy poco tienen que ver con el terrorismo europeo del siglo XX (Brigadas Rojas, IRA, ETA, Baader-Meinhof…). Las conversiones pueden ser extraordinariamente rápidas, sin una sólida base ideológica que las sostengan ni una estructura jerárquica que planifique el detalle de las operaciones. Una suerte de franquicia del horror que se alimenta de muy diversas emociones, pero que encuentra su caldo de cultivo en individuos que se sienten ajenos a la sociedad en la que viven. Una distancia que puede ser de expectativas o de valores.

Por las características del terrorismo yihadista resulta de vital importancia el trabajo de los servicios de inteligencia. El 17-A nos enseñó la necesidad de mejorar la coordinación entre cuerpos policiales y los canales para compartir la información. Pero esa información también debe fluir de otras fuentes. Es fundamental trabar sólidos vínculos con las comunidades musulmanas. Las familias, los amigos, los vecinos son quienes mejor pueden detectar las conductas atípicas en sus entornos. Ante la duda, debe darse la voz de alerta, pero esa comunicación solo fluirá si hay confianza. Si existe el temor a la estigmatización, el silencio persistirá. Un silencio que puede ser letal para todos.

Al fin, todos los ciudadanos son importantes en el combate contra el terrorismo. Pero la actitud atenta no debe confundirse con el rechazo. No se trata de criminalizar a ningún colectivo. Es obligado repetir que los yihadistas adulteran el islam hasta conducirlo a un fanatismo que nada tiene que ver con una religión de paz. Es necesaria una mirada libre de prejuicios, pero alerta a las señales de radicalización.