Las personas que pretenden ser presidentes del Gobierno no suelen desaprovechar la oportunidad de conseguirlo. Pedro Sánchez es una excepción. Cuando tiene al alcance de la mano serlo, empieza a contradecirse, traicionarse y realiza verdaderos esfuerzos para evitarlo.

En las elecciones del 2015, tras declinar Rajoy formar Gobierno ante una mayoría posible que le podía tumbar todas las iniciativas, Sánchez cogió el testigo. Pero en lugar de armar pactando con su izquierda esa mayoría alternativa de 161 escaños como mínimo, lo hizo con Ciudadanos, con quien sumaba ¡130! escaños y les pidió a todos los demás que lo hicieran presidente. Se negaron todos, claro. Nuevas elecciones.

Fue el resultado de la presión de los poderes económicos. Usaron a los barones del PSOE y a su poder mediático para prohibirle pactar con Podemos. Pedro Sánchez se puso a su servicio. A cambio, todos los medios le regalaron el relato que echa la culpa a Podemos del fracaso de su investidura.

En las elecciones de junio del 2016, el PP alcanzaba los 170 escaños con sus aliados y Ciudadanos. Pero les era imposible conseguir otros apoyos o abstenciones. Incluso en estas elecciones repetidas había una mayoría progresista posible. Ante una situación tan alarmante, el PSOE, que no había encontrado como hacer presidente a Sánchez, halló la manera de hacer presidente a Rajoy: defenestró a su secretario general y se abstuvieron todos sus diputados, menos 15. A estos los sancionó.

En esta ocasión, Sánchez se rebeló y mostró su autoestima y ambición. Luchó, adoptó un perfil claramente de izquierdas bebiendo de Podemos, y las bases del PSOE lo llevaron a vencer al aparato. Presentó una moción de censura a un PP carcomido por la corrupción y la ganó con la mayoría alternativa que ya existía desde el momento de las elecciones y que el PSOE despreció.

Fue presidente, ninguneó a otros partidos --específicamente a Podemos--, cumplió algún punto acordado, incumplió la mayoría, no negoció bien los Presupuestos y esperó sentado a que se los tumbaran. Y así volvió a su estado natural: convocatoria de elecciones.

Tras las elecciones de abril --«¡Con Rivera no!»--, Sánchez intentó conseguir la abstención de Cs, luego la del PP y, ante su negativa, ha sostenido una especie de duelo de esgrima con Unidas Podemos que denominan negociación. Vuelve a su esencia: Pedro Sánchez sabe que ese Gobierno de coalición tiene la investidura ganada. ¿Prefiere esforzarse en no ser presidente, contradiciendo lo que decía en campaña y traicionando un supuesto perfil izquierdista?

Las presiones de los barones y de los medios son idénticas. No parece tener fuerza ni energía para superarlas y quizás se esforzará una vez más para que un Gobierno de izquierdas sea imposible. Pedro Sánchez a su servicio.

*Diputada de Unidas Podemos en el Congreso por Castellón