Querido/a lector/a, este verano, y aprovechando que en las vacaciones de los hijos uno no cuida nietos, he podido leer con calma y por enésima vez, el artículo de Michel Rocard (el que fue político socialista y primer ministro de Francia) que habla de la servidumbre y de la grandeza de la política.

Este buen hombre viene a decir que todas las profesiones tienen nobleza pero, en el caso de la política , de los políticos, esa nobleza es menos aparente y, en más de una ocasión, negada con razón pero, también sin ella y hasta injustamente. Así es que , por poner algún ejemplo y seguir con M. Rocard, diré que en muchos casos y a través de la historia, nos acordamos del poeta, el escultor, el arquitecto... y de sus obras, pero casi nunca del nombre de los políticos o de los gobernantes que han acompañado o estimulado esa creación cultural. Es más, sigue diciendo que alguna vez y cuando hablamos del pasado, parece que sólo conocemos el nombre de los políticos que han destacado por ser grandes asesinos. No obstante, y repito, para M. Rocard, de esa triste tradición solo se escapaban los alcaldes porque no eran considerados como políticos. Hoy, por honor a la verdad, y eso lo digo yo, no se escapan ni los alcaldes, ni los periodistas, ni los jueces.

Querido/a lector/a, a pesar de todo lo dicho, afirmó, también con M. Rocard, que la política tiene grandeza, nobleza y produce satisfacción personal. Sin duda: cada vez que cumple con su papel esencial de servir de ayuda a los necesitados, cuando mantiene vivo su horizonte emancipador, cuando es herramienta al servicio de los que no tienen otro poder, cuando es capaz de mantener su autonomía y se hace respetar por los otros poderes, cuando el político no la patrimonializa en beneficio propio, cuando se dialoga y se escucha al ciudadano con derechos y deberes y no se le trata como súbdito. Más o menos. H

*Analista político