La defenestración el lunes de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del grupo parlamentario popular y su sustitución por Cuca Gamarra , exalcaldesa de Logroño y persona de tono templado, se puede interpretar como un intento de Pablo Casado de girar hacia la moderación y, quizás, hacia la posibilidad de alcanzar pactos con el Gobierno. De ser así, sería una buena noticia. Porque hasta ahora el líder del PP ha actuado en sentido contrario. En pleno confinamiento, por ejemplo, a Casado pareció importarle más la posibilidad de erosionar al Ejecutivo y ayudarlo a caer como consecuencia de las crisis sanitaria y económica que actuar como el partido de Estado que es, arrimar el hombro y trabajar por el bien del conjunto de la ciudadanía.

A su convencimiento de que la coalición gubernamental entre PSOE y Unidas Podemos se rompería y de que Pedro Sánchez no aguantaría el desgaste político del duro encierro y de la elevada cifra de muertos por el covid-19 respondió su tono desabrido en los debates parlamentarios, sus denuncias de negligencia criminal al Gobierno y su negativa a apoyar las últimas prórrogas del estado de alarma, que salieron adelante gracias al voto de Ciudadanos.

Ahora, Casado parece haber asumido que el Gobierno de izquierdas va a durar y que puede ser más rentable electoralmente para el PP una política pactista que la del acoso y derribo aplicada en los últimos meses. Con la sustitución de Álvarez de Toledo por Gamarra y la incorporación a la dirección popular de Ana Pastor como vicesecretaria de Política Social y del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida , como portavoz nacional del PP, Casado rectifica sus errores, apuesta por la templanza y se abre a la posibilidad de acuerdos con el Ejecutivo o al menos con el PSOE. Es lo que los barones más influyentes de su partido le venían pidiendo desde hace tiempo y lo que le transmitieron los votantes populares cuando en las elecciones del 12 de julio el moderado Alberto Núñez Feijóo arrasó en Galicia, mientras que el radical Carlos Iturgaiz -otra de las apuestas personales de Casado- se hundía en Euskadi.

Sería positivo que el nuevo PP estuviera realmente interesado en alcanzar pactos transversales, porque dotaría a la situación política de una estabilidad de la que carece actualmente, con un Gobierno de coalición que no cuenta con la mayoría necesaria para sacar adelante iniciativas legislativas ni unos Presupuestos Generales del Estado, que son vitales para canalizar los 140.000 millones de ayuda europea. Un acuerdo de ese calado fortalecería a España en la UE y Sánchez se vería aliviado en la subasta a la que le obligan las fuerzas políticas minoritarias con las que tiene que pactar cada medida. Se podría relajar incluso el pulso interno entre PSOE y Unidas Podemos en el Ejecutivo, porque la influencia de los morados menguaría. Es pronto aún para saber hasta dónde está dispuesto a llegar el PP -quizás solo a pactos para renovar los órganos jurisdiccionales- y si estos cambios promovidos por Casado van a trascender, por lo tanto, la vida interna del partido.