Tras el fallido golpe de Estado contra Recep Tayyip Erdogan, a la purga en las filas del Ejército y en el funcionariado, particularmente en el sector de la educación, le ha seguido un ataque brutal contra la libertad de expresión con el cierre de más de 130 medios de comunicación, un sector que ya estaba debilitado por actuaciones represivas anteriores al intento de golpe. Turquía vive un momento extraño y no solo por haber sido escenario de un golpe cuando el golpismo en Europa --pese a todo, el país es europeo-- ha pasado a la historia. El fallido golpe permite a Erdogan perseguir al laicismo que ha dominado la historia de la Turquía republicana, pero también le da carta blanca para acabar con la competencia que dentro del islamismo le plantea la cofradía de Fetulá Gülen, cuyos miembros habían ido ocupando puestos en la administración pública y los medios de comunicación. Más que el laicismo, esta es la amenaza que teme Erdogan y de ahí que algunos ya califiquen la represión y las purgas como una de-gulenización del país.

El presidente aprovecha la situación para golpear una vez más a las fuerzas rebeldes kurdas del PKK, que por cierto son las únicas que actúan con éxito en Siria contra Daesh. Muy malas noticias para Europa.