Frecuentemente, la llegada de septiembre se recibe con ánimo triste, apático e irritable, complicando la vuelta a la rutina. El llamado síndrome postvacacional no es otra cosa que un periodo de adaptación, o lo que es lo mismo, el cuerpo intentando acostumbrarse de nuevo a la rutina.

Y es que todo cambio conlleva una fase de aclimatación, especialmente si en ese cambio se pierde confort y placer (típico del periodo vacacional) y se aumenta el displacer que supone madrugar, esforzarse y trabajar. Sin duda, las emociones que se generan son incómodas, pero de ahí a etiquetar este estado como un síndrome va un trecho.

Las personas que viven en el mundo de Yupi o ven la vida bajo el prisma de una gafa happy flower , creen que las emociones desagradables son tan perjudiciales que están convencidas de que cualquier estado emocional que se aleje de la alegría, la felicidad y el contentamiento se da porque algo va mal en nuestra existencia.

Sin embargo, lo natural es que estas emociones de tristeza, ansiedad o exasperación, sean pasajeras y desaparezcan en unos pocos días. La clave está en aprender a gestionarlas con eficacia.

En general, el ocio, el ejercicio físico y el contacto social tienen un impacto tan positivo en nuestro estado de ánimo, que es una buena idea dedicar tiempo a estas actividades, compensando así el impacto del cambio de rutina. No obstante, si ese estado de ánimo persiste más allá de tres semanas, sería recomendable acudir a un profesional. H

*Psicólogo clínico

( www.carloshidalgo.es )