Al dar las ocho de la tarde salí a mi ventana para ofrecer un aplauso en favor de los sanitarios que están trabajando con denodado esfuerzo en la crisis del tan nombrado coronavirus. Y, la verdad, fue una experiencia enriquecedora -que repito todos los días-- que despertó en mí sentimientos de pertenencia a una comunidad vecinal, ciudadana y casi global. De cada ventana, de cada balcón unas manos sobresalían, anónimamente, para unirse a una causa común: la gratitud, el apoyo y la fraternidad por sus servicios. Un justo reconocimiento a su labor en momentos tan dramáticos como estos. Ad exemplum.

Y es que el pueblo es mucho más agradecido y solidario de lo que algunos piensan. Es un simple detalle el que referimos, pero lleno de significado, que trasciende, muchas veces, las fronteras políticas y de otra índole para expresar el reconocimiento o la adhesión a una causa justa.

Y es que, en determinados momentos, la solidaridad fluye espontáneamente y, tras gestos tan elementales como el aplauso, se esconde todo un mundo de valores. En la época de Bocaccio, quienes huyeron de la peste negra que asolaba en el siglo XIV a Europa, especialmente a Florencia, se lo pasaron en grande con ‘El Decamerón’, mientras los demás morían irremisiblemente. Aquí, con mayor responsabilidad, nos solidarizamos con aquellos que directamente sufren o ayudan a superar la crisis, y los aplaudimos con solidaridad.

*Profesor