Día de Reyes. Una tradición que no sabemos exactamente cuánto conserva de su verdadera esencia. Puede que el tiempo haya ido sepultando el espíritu genuino de esta festividad y la del conjunto de la Navidad. La mercantilización puede con todo pero, a pesar de los pesares, persisten costumbres que merecen mantenerse firmes. Formular deseos es el caso.

No para que broten de inexistentes cuernos de la abundancia sino del esfuerzo colectivo. Dicen que al mundo no lo mueven las máquinas, sino las ideas. Ideas reñidas con el conformismo. Ideas que solo sueltan lastre cuando se sufre por ellas y del sudor brotan nuevas verdades.

Un año nuevo, una década, un tiempo que puede llevarse por delante tantas cosas que los deseos se tornarán urgencias.

La mayoría de las profesiones que imperarán al final de esta década todavía no existen. La necesidad de acoplar el mundo formativo al mercado laboral irrumpe como una de esas emergencias que debemos asumir cual verdadero tema de estado. Es decir, un tema de todos porque nos va la estabilidad social en ello.

Proliferan estudios y pronósticos sobre la desaparición de grandes cantidades de empleos por mor de la nueva revolución industrial en curso. Al tiempo que se anuncia la otra cara de la misma moneda. La aparición de nuevas oportunidades relacionadas con las necesidades de la transformación digital, económica y social que nos cae encima. Programar la transición es una de las mayores urgencias de este tiempo que asoma como encabritada ruleta.

Precisamente se trata de eso, de evitar la ruleta. Conjurarnos para que el destino no sea una ruleta. Este podría ser uno de los deseos más interesantes que formulásemos como sociedad ante la nueva década que arranca cargada de boletos de la suerte, timos, trucos, pícaros y hampones.

Ninguna transición anterior entre dos eras debió ser fácil. Y es que no estamos solo en una era de cambios. Vivimos un cambio de era.

Por eso es tan importante la política. Sí. La política y la democracia como la única respuesta que la propia sociedad se da a sí misma para organizar la transición. La planificación de la mejor transición de época que no cause víctimas por doquier. Un proceso que intente concientemente no dejar a nadie en la cuneta. Solo la racionalidad política en su sentido más noble puede evitar el caos de un destino guiado por la pulsión salvaje de la ruleta. La lógica del casino no resolverá las dudas y amenazas que nos acechan. La anteriormente citada mutación del mercado laboral solo es uno entre los muchos ejemplos posibles. Por eso deberíamos tomarnos mucho más en serio la importancia de la política. Por eso causa tanto espanto que el Parlamento aparente más un casino que el templo de las ideas y de la palabra.

*Doctor en Filosofía