He recibido la medalla de honor de la UJI que entiendo más como mérito colectivo que personal. Es el reconocimiento a la época que fui rector, al trabajo durante nueve años de un gran elenco de personal docente e investigador y de administración y servicios y de los equipos rectorales que tuve el honor de dirigir, que trabajaron con dedicación admirable y alto sentido institucional.

Cuando recibí la medalla de oro del Machu Picchu otorgada por el Instituto Nacional de Cultura de Perú i el doctorado honoris causa de la Universidad Ricardo Palma de Lima me llené de ilusión, pero no tiene comparación con emoción de la medalla de mi universidad.

Mi trabajo por la UJI empezó antes de su creación. La crisis existencial del Colegio Universitario de Castellón, el CUC, provocó una larga época de protestas sociales con asambleas, encierros, concentraciones y negociaciones pidiendo una solución a la Universidad de Valencia que no pudo dar.

Tampoco la dio el informe Abrente encargado por la Generalitat. Los estudios universitarios en Castellón estaban en un callejón sin salida. Pero Joan Lerma, president de la Generalitat, construyó la salida. Nos reunió el 15 de diciembre de 1989 a la dirección del CUC, junto al alcalde Daniel Gozalbo y al presidente de la Diputación Paco Solsona, para darnos una gran noticia: quería crear una universidad en Castellón, sin duda la mejor decisión del siglo XX para la ciudad y la provincia, como en el XIX lo fue la creación del puerto, del que tengo el honor de ser presidente. Puerto y UJI demuestran que la sociedad de Castellón puede conseguir lo que se propone cuando está unida.

Al recibir la noticia no imaginé que llegaría a ser rector de la Universidad por la que luchábamos. Aquella época de movilizaciones reclamando una universidad fue apasionante. Queríamos convertir en realidad un sueño de futuro para Castellón. Cuando los sueños residen en el pensamiento, pese a ser posibles, la incertidumbre les confiere semblanza de utopía. Su diseño se modela con deseo e idealismo, pero su materialización depende de la ilusión, el trabajo y el esfuerzo. Y afortunadamente, en el desarrollo de la UJI multitud de personas han sido fuente de ilusión, no han escatimado trabajo y su esfuerzo ha sido constante. Como consecuencia, la UJI, con 28 años, supera con creces los sueños de futuro que parecían algo utópicos.

Para mí fue un honor encabezar la UJI esos nueve años. Siento gratitud eterna al gran número de personas que trabajaron remando en el mismo sentido. También reconozco el apoyo del Ayuntamiento, la Diputación y la Generalitat: supimos entendernos y trabajar juntos, a pesar de las diferencias, porque el diálogo construye, mientras que la confrontación destruye. Por eso, no entiendo a quienes prometen confrontación en vez de diálogo: es un mal camino.

En el 2000, la UJI estaba dividida en dos grandes colectivos que concurrieron enfrentados a elecciones dejando una herida. Era un escenario negativo para la UJI y que no tenía sentido; éramos personas que compartíamos demasiadas ideas para no trabajar juntas. En diciembre mantuve una reunión con el profesor Juan Luis Gómez Colomer y me trajo un escrito con los deseos de reconciliación del otro colectivo. Ese día decidí presentarme a las elecciones y cambió la historia de la UJI porque a partir de entonces se cerró la cicatriz electoral y la UJI ganó potencia. La comunidad universitaria refrendó la reconciliación porque ganamos ampliamente las elecciones y yo fui el claustral más votado.

Ya ven, con las mismas piedras se pueden hacer puentes o murallas. Yo soy de puentes, pero hay quienes son de murallas, como algunos políticos mediocres que las levantan para dividir a la sociedad y enfrentar a los de una parte de la muralla con la otra dando bochornosos espectáculos que intoxican la convivencia. No caigamos en esos paranys.

Fueron nueve años de un trabajo intenso y extenso con el primer equipo rectoral paritario de una universidad pública española. Y no fue fácil porque ser rector o rectora nunca lo ha sido. La evolución más evidente fue el desarrollo del campus con 22 grandes obras y la rehabilitación de la Llotja del Cánem. Pero, la evolución más importante fue el gran aumento cuantitativo y cualitativo de la UJI en los indicadores de docencia, investigación, cultura, personal docente e investigador y de administración y servicios, bienestar social, la máxima acreditación europea en excelencia en la gestión o la creación de la fundación Isonomía, junto a UGT y CCOO, que tanto ha hecho por la igualdad.

Además, dejamos una buena herencia de la que destaco el notable remanente económico sin el cual la crisis hubiera sido mucho más dura en la UJI, los más de 300.000 metros cuadrados comprados para futuras expansiones y la firma de la cesión del edificio que fue sede de Hacienda en la plaza Huertos Sogueros.

En definitiva, acabamos con una universidad mucho mejor que con la que empezamos, como estoy seguro que hará el magnífico equipo rectoral actual a cuyo frente está una gran rectora, la primera de la UJI: Eva Alcón.

*Presidente de la Autoridad Portuaria de Castellón