¡Ey! ¡Aquí! Justo detrás tuyo. Te estoy viendo. Y reconozco que me cuesta creerlo. Si pudiera dejar de ser efigie y convertirme de nuevo en humano, ahora tendría 87 años. Podría estar ahí mismo. Plantado junto a ti. ¿Qué carajo pensaría? Es difícil saberlo. Yo soy de piedra, ¿sabes? Y las piedras apenas evolucionamos. Yo creo que me cabrearía. En realidad, nada salió como soñábamos. Parecía que todo iba a ser grande, muy grande. Y acabó siendo chiquito y miserable. Una ráfaga de balas en un rincón perdido de Bolivia. Como siempre, con la inestimable ayuda de la CIA. Y ahora estás tú aquí, el heredero de mis enemigos. El descendiente de una panda de asesinos. Sí, yo también firmé sentencias de muerte. Está bien recordarlo. Que la pompa no nos haga olvidar de dónde venimos.

Aunque tengo que reconocer que me gustaría conocerte. No dejas de ser un símbolo. El primer negro presidente de Estados Unidos. Pero, admítelo, nunca serás un icono como yo. Porque, sabes, yo hice soñar. Me dedicaron poemas, canciones y películas. “Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía. Lo quise a mi modo”, escribió Cortázar. Presidí los dormitorios de millones de adolescentes. Y aún algunos se emocionan con mi imagen. Quizá ya saben que no soy todo lo que simbolizo, pero sigo encarnando todo aquello que soñaron. H

*Escritora