El supermartes, la etapa con mayor número de elecciones primarias en la carrera hacia la Casa Blanca y la que empieza a desbrozar el terreno de aspirantes presidenciales, ha dejado una foto de lo que puede ser la batalla final, una elección entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, pero no ha despejado el camino en el que ambos corren con otros aspirantes. Ninguno de los demás candidatos --uno en el campo demócrata (Bernie Sanders) y cuatro en el republicano (Ted Cruz, Marco Rubio, John Kasich y Ben Carson)-- ha tirado la toalla. Todos se mantienen en la carrera, pero en el caso de Clinton, el imparable reforzamiento de Trump ya la ha obligado a cambiar de estrategia y a incorporar la amenaza del multimillonario en su campaña.

Cuanto más avanza Trump en su carrera hacia la nominación, más repulsiva es su campaña. A sus declaraciones racistas, xenófobas y sexistas se ha añadido ahora el apoyo de un líder del supremacista Ku Klux Klan, algo que en ningún país democrático y civilizado sería posible. Cuando era el momento, en los inicios de la campaña, el partido que había fundado Abraham Lincoln no quiso pararle los pies. Ahora la formación puede acabar siendo rehén de un mentiroso sin escrúpulos.