El informe Monitor de Educación y Formación del 2018, promovido por la Comisión Europea, tiene en el caso español un aire claroscuro. Entre los déficits sigue destacando el índice de abandono escolar, lejos del objetivo comunitario fijado para el 2020 (10%), que se sitúa en el 18%, muy por encima de la media europea. Eso sí, es más elevado entre los chicos (22%) que las chicas (15%). Otro factor que habla de la precariedad de la educación es la continuidad de las desigualdades entre regiones y el índice de ocupación una vez acabados los estudios. Tres años después de la graduación, un 28% de los estudiantes españoles no ha encontrado empleo, por debajo de la previsión europea (20%). Además, convendría calibrar, en una sociedad de trabajos precarios, hasta qué punto ejercen la profesión para la que han sido preparados, no solo desde la perspectiva universitaria, sino desde el acceso al empleo a través de una Formación Profesional que reclama cambios urgentes y en profundidad.

En el plato optimista de la balanza figuran el índice de jóvenes con estudios universitarios --una media del 41%, por encima del objetivo-- y la tasa de escolarización de los alumnos de educación infantil hasta llegar a la Primaria. Mientras en la UE desciende el abandono y aumenta el gasto público en enseñanza, en España el presupuesto se mantiene estable, pero por debajo del nivel continental. Sin llegar a ser datos alarmantes, son un nuevo toque de atención para el mundo educativo, necesitado de una política de consenso político y de empuje económico.