Querido lector/a, he leído un artículo sobre el desarrollo tecnológico que reflexionaba en torno a lo que hará la ciencia para nosotros en el año 2050. O, en otras palabras, por deducción planteaba alguna de las características, referidas a avances del saber, del mundo que viene. Al tiempo, si a ese estudio le unía otro de carácter geohumano sobre como será la población mundial en las próximas tres décadas, el resultado final era una posible radiografía del futuro, o algo así, de lo que nos espera.

¡Sí! Para bien o para mal se decía que: la humanidad será cada vez más vieja, el crecimiento será del 85 millones de personas por año, la tierra tendrá unos 10.000 millones de habitantes, se controlará o erradicará el cáncer y el sida, las enfermedades cardiovasculares y mentales crecerán, se podrá manipular la activad cerebral y la genética de las personas, no habrá coches de motor de explosión, existirán cosechas resistentes a la sequía y a la inundación, etc. En definitiva, allí estaba todo lo que ahora y con nuestra cultura te puedes imaginar.

Querido lector/a, reconozco que cuando leí esos estudios y pensando como un ciudadano normal, me alegré. Consideraba, y aún lo hago, que todo ese desarrollo tecnológico representa progreso y puede ayudar a la humanidad, y a todos y cada uno de los seres humanos, a encontrar una vida con más dignidad. No obstante, todo lo que se decía no respondía a las preguntas simples que día a día la gente se hace: ¿Fomentará la justicia social y el bien común? ¿Existirá empleo para todos? ¿Servirá para reducir las brechas o diferencias sociales? ¿Nos acercaremos a cumplir los valores de la república, los de la libertad, la igualdad y la fraternidad? Preguntas, éstas, y otras parecidas, que los documentos no resolvían porque solo hablaban de las posibilidades de la tecnología pero no de los intereses de quien la controla o la manejan.

*Experto en extranjería