Me gusta la tele. Y me gusta el trabajo. Y trabajar a distancia. Pero no desde casa. No el teletrabajo. Es mi vivencia tras la experiencia de estos últimos meses. Y cada uno tendrá la suya legítima. Creo que la exaltación del teletrabajo va a traer graves consecuencias en nuestra vida cotidiana. Y va a ser irremediable, pues la situación inestable va a potenciar aún más la posibilidad u obligación de trabajar desde el domicilio. Teletrabajo me suena como ciencia ficción, o música militar, que, o es una cosa u otra. Juntarlas no cuadra. Teletrabajo me recuerda a comida de trabajo, que suele ser o muy gustosa, o muy productiva, pero difícilmente apetitosa y eficaz a la vez.

Trabajar desde casa sobre todo va a perjudicar al hogar, dulce hogar. Pues es el reducto que nos quedaba para refugiarnos del curro -a no ser que quieras escaquearte de casa, claro-. Exhibir tus paredes en las videoconferencias, dejarte el pijama puesto, cuadrar unos números, aguantar el chillido de los niños, leer un informe, pelar patatas, redactar algo decente, pasar el mocho... todo junto chirría. Mezclar ambos ámbitos debería ser consciente y nunca obligado. Podríamos parafrasear que quien no mezcla trabajo y vida a los 20 años no tiene pasión, pero quien lo sigue haciendo a los 50 no tiene perdón.

Por otro lado, tampoco creo que la parte laboral salga ganando. Hay falta de concentración grupal, dificultad para interactuar con otros compañeros y se hace difícil improvisar. Al menos en los oficios creativos, la interconexión física es fundamental. Probablemente vayamos hacia una situación mixta, donde se anulen absurdos viajes para apenas dos horas de reunión, que se pueden solventar por Skype, pero se busque una presencialidad más activa e intensa cuando toque verse las caras sin ingeniosos fondos retocados en la pantalla. Mejor dividir el tiempo para cada tema, como dice Woody Allen , «hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas, pero no las mismas». Pues eso, tampoco en el mismo sitio. H

*Arquitecto