Las virtudes cardinales son aquellas que son esenciales para las relaciones humanas y el orden social. Reciben su nombre de la palabra latina cardo, que significa «principal», por lo que se entiende que las virtudes cardinales son los valores básicos y fundamentales de un ser humano. Estas virtudes, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, son punto de referencia para la orientación de la conducta de una persona hacia una plenitud. Por un lado, la prudencia es la capacidad de reflexionar antes de hablar o actuar, con lo que la práctica de esta implica seguir al menos tres elementos esenciales: pensar con madurez, decidir con sabiduría y actuar para el bien.

La justicia es una virtud que surge para contraponerse a la malicia de voluntad, por lo que el justo respeta los derechos adquiridos del otro. La fortaleza es la virtud que se contrapone a la debilidad. Se trata de la virtud de tener fuerza por las metas constructivas o principios nobles que requieren esfuerzo. Por último, la templanza es una respuesta al desorden de la concupiscencia. Se trata de la virtud de moderar los apetitos desordenados para que, mediante el ejercicio racional, la persona logre el dominio de sus pasiones. Está comprobado que mantener la templanza para superar una tentación es un fuerte reto personal.

Aquellos que demuestran una gran templanza superan las adversidades y son capaces de alcanzar sus metas personales, porque han aprendido diferentes técnicas de autocontrol. La templanza se traduce en el dominio de uno mismo y en ser dueño de sí, sabiendo controlar las pulsiones para encauzarlas bien. Es necesario practicarla cuando tenemos problemas o cuando vivimos tiempos difíciles, pues hace que se piense con claridad ayudando a tomar las decisiones más inteligentes.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)