Pocas cosas fáciles debe afrontar un Gobierno, cualquiera que sea, cuando los enemigos son una pandemia y la amenaza de una profunda crisis económica. Todavía es más difícil cuando hablamos de una coalición, donde las lealtades duran lo que dura la ilusión del estreno. Sin embargo, parece que este Gobierno se ha empeñado en boicotearse a sí mismo y no explican bien ni siquiera lo bueno.

Es muy sorprendente. Las meteduras de pata son de todo tipo. Van desde los trucos de magia con el número de muertos, ahora los ves y ahora no los ves, hasta garrafales errores de coordinación y comunicación. El pacto secreto con Bildu, horas después de hacerse público, lo defendía medio Gobierno y renegaba de él el otro medio. Después de eso, la única salida que consideraron viable fue culpar al PP. Ahora nos encontramos con una grave crisis en la cúpula de la Guardia Civil. Al parecer, el Ministro del Interior quería tener acceso a informes judiciales sobre la pandemia y la manifestación del 8-M. «Es un aviso a navegantes», han advertido los agentes sobre el cese de su jefe en Madrid. Para intentar frenar las protestas, subida de sueldo en la Benemérita. Es grotesco. Es lo que viene siendo pisar un charco detrás de otro, convirtiéndose en noticia cada día.

Y piensas vale, esos son asuntos peliagudos y por lo tanto, más complicados de justificar. Pero, ¿qué pasó con el ingreso mínimo vital? Una iniciativa positiva quedó enfangada por una descabellada forma de hacerla pública: Pablo Iglesias anunció una comparecencia con un ministro que dijo desconocerla. O aquel día que Alberto Garzón criticó el modelo turístico de España, nuestra fuente principal de ingresos, y tuvo que salir Sánchez a apagar el fuego. O cuando presumen de estar pagando prácticamente todos los ertes, mientras cientos de familias hacen llamamientos desesperados a la Administración después de meses sin cobrar. Y bueno, qué decir de la campaña de ‘Salimos más fuertes’. Los ciudadanos creo que no. Y el Gobierno me temo que tampoco.

*Periodista