Querido lector/a, durante esta semana y por diferentes vías me han dado más palos que a una alfombra en día de limpieza. Por lo leído, mi último artículo no gustó ni a los independentistas ni a los que creen en la unidad inalterable de la patria. Me refiero al que apareció el viernes pasado en esta misma página y que bajo el título de Decepcionante manifestó de forma crítica el bajo e inapropiado nivel que tuvieron los discursos de los portavoces en el pleno de la independencia del Parlament de Cataluña. Me parecieron y repito, especialmente el de Puigdemont, el del president de la Generalitat, que no estuvieron a la altura que reclama el nacimiento de un nuevo Estado en forma de república.

Querido lector/a, a pesar de las críticas recibidas, la realidad señala que tenía razón. Parece ser que la noche antes del pleno de la independencia, algunas empresas y bancos volvieron a llamar a sus representantes, a Miquel Roca y a Artur Mas, para dejarles constancia de que desde la Revolución Francesa la burguesía no teme a la república porque puede ser un instrumento de dominación social y económica tan rentable como la monarquía. Pero, como hace tiempo dijo Lenin en su libro Qué hacer y Albert Camus en El hombre rebelde, les recordaron que la rebeldía de la sociedad civil no era suficiente y si la independencia no les daba garantías jurídicas, no era reconocido internacionalmente el nuevo orden y, encima, perdían el espacio y los beneficios de la Unión Europea, no les interesaba la independencia porque no podría hacerse efectiva ni sería eficaz. Por lo tanto, así las cosas, pasó eso tan raro de proclamar y suspender la independencia de Cataluña y, por cierto, el patriótico discurso que tenía previsto Puigdemont pasó a ser una resolución que se firmó sin valor jurídico. Por eso, la nueva intervención de Puigdemont fue chabacana y vulgar y solo se limitó a pedir reconocimiento internacional. Tenía razón.

*Experto en extranjería