Ya hace días que se me repite este pensamiento: buena parte del Asia que conocí, ya hace tiempo que no se corresponde con las últimas noticias llegadas de aquellos territorios.

Mi estancia en Tailandia fue breve, de pocos días, pero el tiempo suficiente para hacer una inmersión continua, constante y sin prisa en un mundo deslumbrante. Una etapa de un viaje en solitario -ahora me maravillo de ello- que además de Tailandia me llevó también a Nepal, a Japón, a la India, a Penang en Malasia...

Un mes entero que hoy me parecería inventado si no fuera porque conservo el testimonio de algunas fotografías. El semanario Destino publicó algunas de ellas.

Pero no necesito mirarlas ahora para revivir el espectáculo inolvidable de docenas de pequeñas barcas sobre el agua quieta de un canal, barcas cargadas de frutas de colores espléndidos. ¡Qué colores tropicales, qué agua que parecía de cristal, qué remos más largos y delgados...! Y qué calma la del paso del tiempo.

Escribo estas líneas tras recordar la noticia sobre el atentado que hubo en Tailandia este verano. Una serie de explosiones que provocaron heridos y muertos. Adrián Foncillas explico en su crónica que las bombas estaban escondidas entre las plantas de una calle peatonal. Fue un golpe fuerte para Tailandia, un país exótico que necesita el turismo.

Exótico es una palabra que, en origen, significa foráneo, externo. Con el paso de los años, ha crecido en Europa la curiosidad por conocer qué hay más allá de nuestras fronteras, de nuestras costumbres, de nuestras ideas.

Incluso hay turistas que también tienen la curiosidad de saber qué hay más allá de nuestras playas... Cada vez somos menos extranjeros. Este verano ningún turista habrá dicho: “En agosto me iré al extranjero”. Habrá dicho: “Me voy a Italia, a Estados Unidos...”.

El terrorismo, lamentablemente, también abre camino a implantar una universalidad. H