Creo que debía tener 12 años aquel día que me sentí tratado injustamente en casa y decidí irme, y no volver. Más tarde, a la hora de merendar, quise arreglar el problema y conseguí un regreso honorable.

La gente de nuestro país ha sido castigada por el coronavirus, entendió el confinamiento y cerró las puertas al turismo por razones sanitarias. Pero en estos momentos, coincidiendo precisamente con la hora de merendar, aunque la pandemia no ha terminado, ha decidido desandar las firmezas y se pone sus mejores galas para atraer como sea a los que dejaron de venir. Como tengo un día peliculero confesaré que la situación me recuerda un poco al Bienvenido, Mr. Marshall. Que vengan, como sea, y si hay un rebrote ya nos arreglaremos.

Hemos decidido --o han decidido por nosotros-- arriesgar. Veremos. Veremos si se impone la seriedad o si el todo por el negocio camufla a partir de ahora realidades incómodas. Me viene a la memoria con temor otra película, Tiburón, con los poderes fácticos disimulando la realidad para no estropear la temporada turística incipiente.

La etapa que abrimos necesita mucha capacidad política, organización, imaginación técnica y honradez. Porque puede resultar relativamente sencillo, si hay voluntad, efectuar controles preventivos y seguimiento de personas contaminadas en los aeropuertos, puertos marítimos y estaciones de tren. Pero de momento nadie nos ha sabido explicar cómo se hará a los que vengan por carretera. Y será dificilísimo hacerlo. Recurro a otro filme, Dunkerque, y la llegada masiva de un enjambre de pequeños y medianos barcos incontrolados a la costa británica. Necesitamos sin duda a los turistas y ya es la hora de merendar, pero a la vista de lo que está pasando en China y la amenaza de un rebrote, ¿sabremos hacerlo?

*Periodista