Querido/a lector/a, estos días y ante una situación excepcional de coronavirus, claustro y peligro, son muchas las personas e instituciones que ven la necesidad de cambiar aspectos de nuestras vidas. Hasta he leído que habrá un antes y un después, que nada será igual e, incluso, se augura un cambio del orden social. Tan cierto es lo que escribo que las pruebas nos acompañan en los teléfonos, en los whatsapp que miran el futuro con deseos de cambio en la línea del bienestar.

Aunque, a decir verdad y sin vocación de ser profeta de falso destino, tengo la impresión de que en el futuro que viene aún habrá diferencia entre la realidad y estos deseos repletos de bondad que el pueblo llano necesita para vivir dignamente. Y por cierto, no niego que sacaremos lecciones como entender más nuestra vulnerabilidad, apreciar la importancia de lo colectivo y la colaboración, respetar más el papel de las instituciones (por desgracia esto casi no me lo creo), reconocer la importancia de la experiencia de los expertos, aprovechar más el uso y las posibilidades de la tecnología...

Pero es en los asuntos esenciales donde aparece mi desconfianza: ¿aprenderán los que deciden que los beneficios más importantes son el bien de la condición humana y la salud del planeta?, ¿brotará la solidaridad necesaria en la UE?, ¿se entenderá que hay cosas como la educación y la sanidad, por ejemplo, que son intocables?, ¿se repartirá mejor la riqueza?, ¿se buscarán soluciones (que existen) para los jóvenes en paro y sin esperanza?, ¿los salarios permitirán dignidad?, ¿nos acercaremos a la senda de la justicia social?... Bueno pues, repito, es en esa necesidad urgente de modificar ciertas conductas donde tengo dudas de que se aprendan y se ejecuten algunas enseñanzas que nos ofrece el coronavirus. El tiempo dirá.

*Analista político