Estamos en plenas vacaciones de verano. Muchos disfrutan de la playa o de la montaña; otros viajan para visitar otras ciudades y países; y otros muchos se quedan en casa o regresan a nuestros pueblos.

Es propio de las vacaciones poder realizar otro tipo de actividades, distintas a las del resto del año. Se dispone de mucho tiempo y se puede elegir libremente qué hacer con él. Se puede simplemente matar el tiempo o, por el contrario, aprovecharlo de forma enriquecedora. En estos días se busca sobre todo el descanso, que no es lo mismo que no hacer nada. Descansar es buscar el reposo y el sosiego interior. Pero los caminos que se eligen muchas veces no llevan al reposo. Con frecuencia se regresa a casa de vacaciones con más cansancio. Y esto ocurre porque no se ha dado con la clave del descanso.

Los días de vacaciones ofrecen también más tiempo para compartir con el necesitado y para dedicarlo a Dios: son una ocasión muy propicia para profundizar nuestra relación con Dios y para ahondar en nuestra vida cristiana, acercándonos más a Cristo a través de la oración y los sacramentos. Las vacaciones no pueden suponer un alejamiento de Dios. Al contrario, deben ser tiempo para llenarnos de Dios, para dejarle hablar en nosotros y para sumergirnos en Él. Dios no se toma vacaciones en su búsqueda de amor al hombre. Estos días pueden ser tiempo excepcional para ir a su encuentro; o mejor, para dejarse encontrar por Él.

En la playa, en la montaña, en la serranía, podemos descubrir la presencia de Dios y alabarle por haberla hecho tan hermosa. También en el ocio y en la diversión podemos y debemos vivir nuestra condición de cristiano, sin avergonzarnos de serlo. También en verano, el Domingo sigue siendo el día del Señor y tenemos más tiempo disponible para participar en la Eucaristía dominical y para hacerlo en familia.

*Obispo de Segorbe-Castellón