Querido/a lector/a, si la cuarentena no fuera una obligación porque su dramática realidad lesiona todo lo que es la vida, creo que diríamos que la permanencia continuada en casa durante alguna temporada con uno mismo o con la familia no solo no está mal, sino que tiene aspectos positivos y aconsejables. Posiblemente porque es algo diferente y rompe con una vida rutinaria que, muchas veces, sin reflexión y sin sentido nos aleja de nuestras propias aspiraciones y valores. Pero, sobre todo, porque lo que hacemos durante su imperio, aunque sea simple, es esencial: dialogar, escuchar, compartir, volver a encontrar con los nuestros ilusión en el futuro... Algo parecido, o cercano, a ser y estar en familia, a convivir con todo lo que representa nuestra existencia en el mundo.

Tanto es así que esta vivencia nos debería servir de lección que nos ayudara a pensar y configurar nuestras vidas de otra forma. ¡Claro que sí! Pero no es fácil. Más allá de nuestras pretensiones está lo de siempre, el modelo socio-económico que tenemos y que, imagino, no creo que nos permita parar, recoger velas, reflexionar y cambiar. Entiendo, por el contrario, que cuando pase el coronavirus, la exigencia de una vida más o menos digna va a seguir obligando a que la pareja, los dos (los que no hayan perdido el trabajo), vuelvan a salir a primera hora de casa, a dejar la prole en manos de los abuelos, a llegar tarde y cansados... Es decir, a continuar con esa modorra que, según los clásicos, nos condena a una vida sin corazón.

Querido/a lector/a, no es fácil, pero tampoco imposible. Deseo, pues, que esta experiencia sirva para que muchas personas encuentren una forma de pensar, de ser y de vida mucho más humana. Amén.

*Analista político