Demasiadas veces, los temores derivan en terrores. Este es un tiempo de tragedia. Un tiempo de sobresaltos globales en una globalización guiada por instintos claramente depredadores. Depredadores de derechos y dignidades. Un tiempo de extremismos y de barbarie rasgando la puerta de nuestro mundo. Pero en los otros mundos sufren los mismos demonios y pesadillas. La intolerancia fabricando violencia y odio. Cayó el Muro de Berlín pero levantamos nuevos diques y cavamos fosas insondables.

Hoy millones de personas viven angustiadas. Se abre paso la cultura del miedo y la desconfianza. Vivir pendientes de las amenazas del terrorismo es vivir condenados. Severa condena también es la que sufren, sin mediar juicio, millones de refugiados. La figura del refugiado, protegida en el derecho internacional, hoy se asimila a algo peor que la lepra. La lepra tuvo espacios propios y hospitales. El que huye de la guerra, no. Hoy no. Hoy ya no.

El terrorismo marca hasta tal punto las agendas del mundo que el dilema libertad o seguridad puede acabar abatiendo un modelo de convivencia que Europa había conquistado históricamente. La crisis y la desigualdad rampante ya podemos afirmar con absoluta certeza que también han asestado un zarpazo brutal a la calidad de nuestro modelo social. No creo que estemos avanzando adecuadamente en este siglo XXI. Ninguna de las civilizaciones del planeta dedica demasiados esfuerzos a mitigar los malentendidos que intoxican la percepción del otro, del alter cultural.

Nunca habíamos tenido tantos medios científicos y tecnológicos para globalizar la riqueza y mundializar el progreso pero el odio difumina la oportunidad. Es el mundo al revés. Hemos crecido en posibilidades pero nuestra estatura moral se encoge. El otro día Iñaki Gabilondo entrevistaba a un experto en inteligencia artificial. Un visionario que sostenía que en 30 años seremos inmortales. Mucho antes, una cuarta parte de nuestro cerebro será gestionada por Google, el lenguaje telepático sustituirá el habla y no sé cuántos ingenios más cancelarán la edad del hombre para dar paso a otro estadio de superación de la raza humana. Afirmaba que todo será felicidad. No sé. De momento, esta generación es responsable, quizá culpable, de lo que nos pasa. Esperemos que la solución al odio no nos llegue a través de la inteligencia artificial o la ingeniería genética. Deberíamos hacer lo imposible para que nos llegue desde la voluntad humana. Desde la educación, aprendiendo, desaprendiendo (el odio) y reaprendiendo la mejor versión de la condición humana. H

*Secretario autonómico de Turismo