Al final, tras meses de dimes y diretes, es Quim Torra el elegido por Carles Puigdemont para proseguir el pulso con el Estado. Porque eso, mantener la confrontación con las instituciones del Estado, es el objetivo de este candidato a la presidencia de la Generalitat y de Puigdemont, la persona que lo ha designado para ello. No había muchas dudas al respecto, pero en su primera entrevista como candidato a la presidencia Torra dejó claro que su intención es promover un «proceso constituyente» que nace, a su juicio, del «mandato democrático del 1-O». Y también dejó claro el candidato a presidente de la Generalitat que tiene muy claro a quién se debe cuando subrayó la importancia de «dotar a la próxima legislatura el carácter de excepcionalidad y provisionalidad», calcando casi las palabras con las que Puigdemont anunció su decisión.

Es necesario escuchar a Torra desgranar su programa político donde debe presentarlo, en el Parlament, antes de alcanzar conclusiones. Pero las palabras de Puigdemont, las del propio candidato y su propio perfil de duro nacionalista indican de entrada que difícilmente nos encontramos ante un candidato adecuado para coser las heridas abiertas en Cataluña, como ya le ha afeado parte de la oposición. Es un candidato que, por indicación de Puigdemont, perpetúa el estéril pulso simbólico con las instituciones del Estado y que se proclama a sí mismo provisional ante la autoridad supuestamente mayor del presidente destituido en aplicación del artículo 155 de la Constitución. Es un candidato, pues, que será muy difícil que pueda representar a todos los catalanes, teniendo en cuenta que usa con indignante soltura la palabra «español» como descalificativo. También resulta difícil de entender cómo se honra la voluntad del pueblo de Cataluña aceptando someter la institución de la presidencia de la Generalitat catalana a un consejo en el extranjero.