En los casi 15 años transcurridos desde la puesta en circulación de la moneda única europea, la inmensa mayoría de los ciudadanos no han tenido nunca o casi nunca en las manos un billete de 500 euros. Pero la tradición alemana de tener papel moneda de alto valor y la euforia económica de principios de siglo condujeron al Banco Central Europeo al error de introducir el superbillete pese a que muchos expertos ya vaticinaban que favorecería el trasiego y el blanqueo de dinero negro. Así fue, y al cabo de tres lustros el BCE ha rectificado. Pero solo a medias, porque el billete morado seguirá imprimiéndose dos años más y su uso seguirá siendo legal de forma indefinida, contrariamente a lo que solicitaban quienes apostaban por eliminarlo de raíz. El crimen organizado y los defraudadores lo tendrán a partir de ahora un poco más difícil, pero no imposible. Aun siendo un paso en la buena dirección, la decisión del BCE es timorata, porque el dinero negro y la elusión fiscal son problemas no menores de Europa y suponen una de las principales dificultades para alcanzar una mayor integración, un objetivo que cada vez parece más lejano. Es grotesco que en países como España tres de cada cuatro euros circulantes estén contenidos en los billetes de 500.