El atentado que ha costado la vida a ocho personas en Nueva York -cometido por Sayfullo Saipov, de origen uzbeco, que arrolló con una furgoneta a paseantes y ciclistas en Manhattan- ha desatado de nuevo el furor xenófobo del presidente Donald Trump. No habían pasado ni cuatro horas del ataque cuando Trump relacionó el suceso con la política migratoria, y posteriormente ha acusado directamente a los demócratas de facilitar la entrada de terroristas en el país mediante el sistema de visados que asigna permisos de residencia por sorteo. El presidente aseguró que Saipov había entrado en Estados Unidos mediante ese sistema, dato no confirmado, y anunció que reformará el método para otorgar las autorizaciones por méritos personales. Sin embargo, el autor del atentado, que gritó «Alá es grande» y dejó una nota en la que juraba lealtad al Estado Islámico, llevaba siete años como residente legal en el país y en su expediente policial solo constaban dos infracciones de tráfico. Saipov se había radicalizado en EEUU, según el gobernador de Nueva York, lo que echa por tierra las acusaciones genéricas de Trump contra la inmigración. La obsesión del presidente con este tema proviene de antes de su acceso a la Casa Blanca y se concretó en sus tres intentos de veto a la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes, restricción indiscriminada que no ha podido aún ejecutarse porque, afortunadamente, los tribunales la han paralizado.