El (pen)último episodio de esa casa de los líos y el espectáculo en la que Donald Trump ha convertido la Casa Blanca es la destitución de Anthony Scaramucci apenas diez días después de ser nombrado director de comunicaciones del presidente estadounidense. Scaramucci se labró su propio destino con una sonrojante diatriba de insultos contra el exjefe de gabinete Reince Priebus, y su cabeza es el precio que se ha cobrado John Kelly, el nuevo jefe de gabinete del presidente norteamericano. Kelly marca ahora el paso en el Ala Oeste, lo cual no significa nada, como bien saben, por citar tan solo un par de nombres, Steve Bannon (que sobrevive a costa de adoptar un perfil muy bajo) y Jarod Kushner, el yerno guadinesco en su ascendencia sobre el presidente. Porque, de hecho, el único que tiene influencia sobre Trump es el mismo Trump, desatado en Twitter, más outsider de Washington que nunca, desconectado de la realidad política que lo rodea e incapaz de dotar el más mínimo sentido de la dignidad al cargo que ostenta.

En los pocos meses que lleva en la presidencia, Trump ha demostrado con holgura que es incapaz de ejercer la presidencia tanto en el fondo como en la forma. En el fondo político, no tiene la talla intelectual ni política necesarias, lo cual se agrava aún más por su incapacidad de tejer complicidades políticas incluso con su propio partido, como su fracaso para derrocar obamacare demuestra. Pero en las formas Trump también es una deshonra para la institución que representa y para todo el país, con sus insultos en Twitter, sus críticas contra sus propios colaboradores (el último, el fiscal general, Jeff Sessions) y su incapacidad para diferenciar entre asuntos privados y públicos. Todo ello, en medio del escándalo del russiagate, que ayer vivió un nuevo episodio con una exclusiva de The Washington Post que desvela que fue el mismo Trump quien dictó el comunicado falso sobre la reunión de su hijo con una abogada rusa durante la campaña electoral. A medida que, gracias al trabajo de la prensa, afloran más detalles las relaciones de Rusia con el magnate, sus salidas de tono y el caos en la Casa Blanca aumentan, en una suerte de vasos comunicantes que se antoja más causal que casual. Trump está resultando ser mucho peor de lo que se auguraba tras su victoria electoral. Cada día que pasa se confirma el desastre que es Trump.