El Acuerdo de París contra el cambio climático sustituyó al Protocolo de Kioto y vino a representar un atisbo de esperanza en la lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero por tres razones básicas. Fue firmado por casi todos los países, incluidos las mayores y más contaminantes potencias económicas --como es el caso de China y Estados Unidos--, estableció unos parámetros claros para evitar que la temperatura del planeta superara en el año 2100 los dos grados de diferencia con respecto a los niveles preindustriales, y fue ratificado con gran celeridad, apenas un año después de la firma. Justo ahora se cumplen tres años de la ratificación del acuerdo por la Administración de Obama, una de sus últimas medidas.

Una de las principales promesas de Donald Trump, en una campaña que estuvo jalonada de numerosas referencias al cambio climático como «una farsa», fue arremeter contra los compromisos ambientales norteamericanos. El nuevo presidente ya calificó en su día el Acuerdo de París como «debilitador, desventajoso e injusto» y anunció la retirada de Estados Unidos, una amenaza que ahora se ha convertido en realidad y que entrará en vigor justo al día siguiente de la elección del nuevo presidente, en el 2020.

No es ninguna sorpresa, pues, porque, entre otras cosas, la política de Trump se ha caracterizado por su acoso constante a la protección medioambiental: desde la recuperación de proyectos de oleoductos al permiso para nuevas extracciones de petróleo y gas natural, pasando por el apoyo a las plantas de carbón. La Casa Blanca, ya sea por motivos electorales, para satisfacer la economía productiva del país en su afán proteccionista, o bien por estricta convicción ideológica, se ha convertido en portavoz y ejecutor de las corrientes negacionistas. Es una tragedia anunciada para la comunidad internacional, que debatirá en la cumbre de diciembre, en Madrid, medidas más radicales en la línea de revisiones que el Acuerdo de París prevé para conseguir el hoy por hoy utópico objetivo de emisiones cero en el 2050.

Más allá de la renuncia norteamericana (que solo se podrá revertir con una Administración no beligerante y a favor de París como la que han prometido los demócratas), lo cierto es que las noticias ya son del todo alarmantes. El panel de científicos asesores de la ONU (IPCC) ha concluido que solo un 20% de los 184 países firmantes del acuerdo de 2015 en la capital francesa ha presentado un bloque de medidas suficientes para hacer frente a la catástrofe. El resto, o bien no las ha anunciado, como Rusia, o bien son claramente precarias. La Unión Europea está al frente de los cumplimientos, pero solo representa un 9% de las emisiones mundiales, mientras que China (un 26,8%), el principal emisor, no se comprometió, en la reciente cumbre de Nueva York, a revisar sus planes. El comunicado conjunto de Macron y Xi Jinping, sin embargo, prometiendo «realizar esfuerzos sin precedentes» justo después del anuncio de Trump, nos hace albergar una mínima esperanza, que solo será real con un compromiso potente, continuado y veraz de toda la comunidad internacional.