Con una frase dicha casi de pasada --«Puedo vivir con una solución de un Estado al conflicto palestino-israelí»--, Donald Trump puso fin en rueda de prensa a años de política de EEUU en Oriente Próximo y al objetivo del proceso de paz: dos Estados viviendo en paz y seguridad uno al lado del otro, lo que equivale a la creación del Estado de Palestina. Trump pronunció estas palabras en rueda de prensa con el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, conocido opositor de la idea de los Estados y líder de un Gobierno de coalición en el que gran parte de sus socios abogan abiertamente por la anexión formal de grandes partes de Cisjordania.

Como es habitual, Trump defendió su postura con palabrería hueca sobre el acuerdo de paz que piensa impulsar, audaz en su ignorancia. Renunciar a los dos Estados, como indicó John Kerry en un discurso pocos días antes de dejar el Departamento de Estado, implica o bien que Israel deje de ser un Estado judío o bien que sea un Estado de apartheid con ciudadanos de primera y de segunda según su origen. Al actual Gobierno de Israel, que tanto ha hecho por matar la solución de los dos Estados con la construcción de asentamientos, no parece importarle la segunda opción. A amplias capas de la comunidad judía en Estados Unidos, sí, temerosa de que Israel se convierta en un Estado paria. La opinión de los palestinos no parece que cuente demasiado en esta Casa Blanca, que ve en Netanyahu un claro aliado en lo que se va erigiendo como un claro objetivo de Trump: Irán.