El insólito rosario de cambios en la Administración del presidente Donald Trump desde que llegó a la Casa Blanca revela a un tiempo la frivolidad e inconsistencia de muchos de sus nombramientos y también la determinación presidencial de aplicar, cueste lo que cueste, la versión más radical y extrema del programa que lo llevó al poder. La dimisión de Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Interior y primera responsable de aplicar la política migratoria, es el último episodio del reajuste permanente del Gobierno, cuyo objetivo exclusivo es transmitir la imagen de dureza que tanto se ha asociado a Trump, aunque ello suponga consagrar la improvisación y la desorganización y dar alas a los críticos. Al presidente le llenan de frustración las trabas que la ley impone al control de la inmigración y no acepta que asomen las dudas en su entorno ni que se discutan los atajos para imponer su criterio, cuya última entrega es la ocurrencia de mandar a los inmigrantes que él llama ilegales a ciudades gobernadas por los demócratas. A diez meses de que empiece la campaña de las primarias, con varios precandidatos demócratas de perfil progresista, entienden los estrategas que la fractura social llevará a Trump a resaltar su perfil más agresivo con el fin de fijar al grueso del electorado que en el 2016 lo votó por ser justamente la voz de un nacionalismo blanco y excluyente, defraudado con la salida de la crisis y del todo hostil al significado que tuvo la presidencia de Barack Obama.