Contra todo pronóstico, la formación en humanidades salvará el futuro de nuestra especie. Esta es una idea que se abre paso y, tal y como se adivina el porvenir, cobra cada día mayor credibilidad.

Un entorno sociolaboral que tatúa en la frente de los jóvenes la obligatoriedad de ser competitivos ha direccionado las vocaciones hacia un sentido gélidamente pragmático del mundo. La nueva revolución técnico científica que está en marcha ha seguido acentuando esa tendencia. Solo las destrezas y capacidades que encajan en el engranaje de la realidad económica son reconocibles como necesarias.

Pero la propia evolución tecnológica nos ha llevado a un punto de inflexión que, mucho antes de lo imaginado, lo cambiará todo. La robotización, el big data, la inteligencia artificial, la bioimpresión, el algoritmo predictivo, la velocidad ilimitada del cáculo computacional, son algunos de los pilares sobre los que puede descansar el final de la sociedad humana como la hemos conocido.

YA HEMOS comentado en esta tribuna el concepto de transhumanidad que algunos expertos han acuñado para definir lo que nos viene por delante. Si las anteriores revoluciones industriales supusieron cambios y transformaciones sustanciales para la humanidad, la que hoy estamos viviendo puede suponer un salto cualitativamente distinto. Una mutación. La mezcla de lo físico, lo biológico y lo digital marcará la denominada Cuarta Revolución Industrial.

PENSEMOS en todo cuanto podemos alcanzar desde la última generación de teléfonos inteligentes. Interconectividad, memoria, conocimientos, datos y mil opciones. Pensemos ahora en la inserción de todo ello en un chip alojado en nuestro interior. ¿Ciencia ficción?. ¿Hackeables?. Queda muy poco. Mientras tanto, vayamos tomando conciencia de que la tecnología, el uso de la misma, no es inocente. No es neutral.

Varios siglos construyendo identidad moral de humanidad. Varios siglos evolucionando una conciencia colectiva de derechos y libertades. Una historia de luchas, sacrificios y conquistas frente a los autoritarismos y, paradójicamente, nuestra generación está capitulando de una forma tan sutil como trágica. Estamos asistiendo a una rendición masiva ante nuevas tiranías. Porque, aunque cambien de forma, rostro y fisonomía, tiranías son. Cada vez que damos un like o un me gusta en las redes sociales (la mayor nación del mundo), estamos, de alguna manera, vendiendo nuestra alma al diablo.

LO SABEN todo de nosotros con nuestro consentimiento. Lo saben y actúan, ejercen, dirigen, comandan. Un consentimiento otorgado por desidia, inercia, comodidad, apatía, indiferencia… Por todo aquello que arruina moralmente a las personas y las sociedades. Creo que reaccionaremos. Comenzará, como siempre, una vanguardia de visionarios contra el sistema. Será, probablemente, la última revolución por la que merecerá la pena luchar. Se hará en nombre de la humanidad. Las armas serán las conciencias libres, autocríticas y creativas. Una resistencia que se forjará en las hoy arrinconadas humanidades.

*Doctor en Filosofía