La irrupción de la ultraderecha tras las elecciones del domingo en tres estados federados de Alemania ha significado una sacudida mayor de la prevista. Aunque de intensidad dispar -Los Verdes amplían su victoria en Baden-Wurtemberg-, Alternativa para Alemania (AfD) ha cosechado buenos resultados a costa de la CDU y también de la izquierda, con especial éxito en el estado oriental de Sajonia-Anhalt, donde ha logrado la segunda posición con el 24% de los votos. Euroescepticismo y xenofobia se dan la mano en un momento crucial, cuando Europa vive la crisis de los refugiados en la que sucumben casi todos los estados. Estas son la primeras elecciones alemanas después de que la cancillera optara por una política de puertas abiertas. Las reacciones iniciales de bienvenida de hace unos meses han cedido paso mediático a acciones violentas contra centros de acogida. Forzada a dar marcha atrás por su partido, Merkel se quedó sola también en una UE incapaz hasta la vergüenza de gestionar el problema y apenas ha podido pactar el lamentable acuerdo con Turquía, pendiente de ratificación. La fuerza de los ultras alemanes es una derrota de todos, y un serio aviso de que el huevo de la serpiente puede volver a incubar en nuestra casa, Europa.