Resulta ciertamente preocupante que los partidos políticos solo sean capaces de superar sus diferencias cuando el sentir común de la ciudadanía les obliga en momentos de alta emotividad como son los días posteriores a los atentados. Ayer se reunió el Pacto Antiterrorista, puesto en marcha tras los atentados de Charlie Hebdo y que no se convocaba desde los hechos de Niza. Acudieron los partidos inicialmente firmantes, los que se han sumado en estos años y algunos que lo hacían por primera vez, como Esquerra, el PDECat y el PNV. Se aceptó finalmente que la unanimidad en el repudio del terrorismo debe exigir un mínimo de pluralidad en las respuestas. Lo deseable sería que lo que empezó ayer pudiera fructificar en los próximos meses, quizás con una reformulación del manifiesto fundacional. Ello solo será posible si unos y otros entienden que las diferencias han de ser superables en favor de un bien superior como es el de generar un clima social que deje muy claro a los terroristas que no van a conseguir nada de lo que se proponen: ni amedrentar a la población, ni cambiar el sistema democrático, ni siquiera romper la convivencia por mucho que algunos descontrolados se empeñan en darles alas. Los actuales observadores en el pacto deberían dejar claro en qué condiciones están dispuestos a firmarlo al margen de los apriorismos que hasta ahora les han impedido hacerse unas determinadas fotos. Hemos pasado del estadio de amenaza al de los hechos luctuosos. Nada es igual.