La vida se parece a una multipantalla, aunque decirlo no resulte original. La teoría de los universos paralelos, además de una hipótesis útil para la física cuántica, refleja que tenemos una vida real y otra que nos cuentan -y comentamos- a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Tuve esa sensación durante el enésimo debate sobre la crisis del covid-19. Celebrábamos el Premio Princesa de Asturias de la Concordia al personal sanitario, pero a esa hora el Congreso de los Diputados exhibía la discordia a la que estamos abonados desde hace tanto tiempo.

Resultaba frustrante comentar con el genetista Ginés Morata -uno de los promotores del galardón- las toneladas de esfuerzo de quienes han estado en primera línea, mientras el hemiciclo se llenaba de gestos desafiantes y crispados. Universos paralelos. Pugilato verbal en directo por televisión, mientras por la radio desfilaban historias de supervivencia. La del dibujante navarro Mikel Urmeneta, con una colección de camisetas sobre la pandemia en clave de humor; por cierto, el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga ha ilustrado una, en la que aparece un oso preguntándose: «¿Dónde se han metido los humanos, qué bicho les habrá picado?». Genial. También la de un mexicano de nombre Edgardo, recriado en Bilbao, que ha abierto una taquería en pleno casco viejo, justo ahora porque cree que todo va a mejorar; algo del legendario coraje bilbaíno se le ha pegado. Y dos pequeñas agencias de viaje que se han aliado para incluir en sus ofertas un test gratuito que permita moverse con garantías de no expandir el coronavirus. Imaginación al poder.

¿A que con todo esto resulta tentador concluir que la vida discurre por un camino y la política -la democracia- por otro? Pues no. Además de falso y peligroso, es el engaño que pretenden transmitir quienes la engorrinan más. Y no porque vivan en ningún universo paralelo. Lo suyo no pasa de chiringuito, por mucha bandera y mucho honor que invoquen.

*Periodista