Querido lector, este verano y mientras esperaba el momento del chapuzón, leí una pequeña crónica sobre el 1% de los ciudadanos del mundo. Afirmación cierta pero incompleta. Y es que, en esta ocasión, el matiz no puede ser marginado y se exige y se reclama, porque se trataba del 1% de los sujetos más ricos del mundo. Así es que, como te puedes imaginar, de inmediato me di cuenta que mi vida, mi situación, eso que el clásico llamaba “yo y mis circunstancias”, tenía más que ver o más en común con esos que vienen en pateras a la UE, que con los del 1%. Quedaba claro que esa era y es mi gente: los que de alguna manera luchan por sobrevivir y encontrar espacios de dignidad. Los otros, los del 1%, es evidente que están ahí y viven con nosotros en el mismo planeta, pero me dio la impresión que no en el mismo mundo.

Por cierto, si alguien se pregunta de quiénes estoy hablando, he de decir que de un 1% que día a día se hace más rico y se aleja más y más de los otros, del 99% restante. Tanto es así, que por aportar un ejemplo que me gustaría que sonara a denuncia diré que son personas que entre ellos hablan de crear nuevas patrias para concentrar o aglutinar a todos los de su clase o especie y, en última instancia, no pagar impuestos ni sentirse agobiados por la imposición de ningún Estado. Se trata de individuos cuyo patrimonio supera el del 50% más pobre. Mendas que, solo los que habitan en EEUU, por dar otra muestra, ganan más que todo lo que representa la renta nacional de Francia e Italia. Prójimos que, dicho sea de paso, no todos son iguales ni de la misma catadura: algunos trabajan, otros heredan y no pegan ni chapa, existe quien deja dinero a gobiernos e intenta manipular sus políticas, abundan los que especulan contra las monedas de ciertos países, etc. Pero todos, y digo todos, con desvergonzado cinismo y revestidos de cierta honorabilidad y preocupación social rendirán homenaje al eslogan de Davos: “Estamos comprometidos en mejorar el futuro”. Aunque eso sí, poco a poco y palmo a palmo. No sea que por igualación pierdan privilegios o por exagerada extorsión provoquen una revolución que les debilite los privilegios.

Querido lector, puedes pensar lo que quieras. Faltaría más. Pero soy de los que opino que en todo esto hay algo de inmoral. No solo porque no son punta de lanza en ayudar a construir la libertad y la igualdad que necesita el ser humano para vivir dignamente, sino porque intentan salvarse solos, sin importarles los otros. En todo caso, aunque alguna vez se revistan de cierta fraternidad con donaciones y fundaciones, su quehacer está lejos de la justicia necesaria. H

*Experto en extranjería