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Los artículos exponen posturas personales.

El reciente cierre, sin previo aviso, de Fotolog, la primera red social de fotografía en la que los usuarios podían compartir información, ha generado alarma entre los millones de consumidores de este tipo de plataformas.Firmamos unas cláusulas sin haberlas leído y sin saber de cierto a qué nos comprometemos y qué derechos nos amparan. Con una inconsciente frivolidad se comparte la vida privada hasta extremos inauditos, mientras las plataformas devienen una especie de activo empresarial que consiste básicamente en información sobre los usuarios que puede comercializarse y venderse al mejor postor.

En parte, esta es la historia de Fotolog, un complicado entramado de intereses empresariales. Los datos personales (en un sentido amplio: querencias y gustos, fotografías, documentos) que enviamos a esa especie de entelequia que llamamos la nube se convierten en dígitos sobre los cuales se montan negocios a partir de la privacidad. El próximo reglamento europeo de protección de datos tiene que intervenir en un terreno en el que el individuo está desprotegido ante las empresas de servicios que se escudan en las cláusulas escondidas en un contrato que casi nadie se molesta en leer. No se trata solo de perder recuerdos sino de ceder la propia identidad.