Ha llegado el verano y, con él, las vacaciones escolares, y con ellas un problema de envergadura para muchos padres que no tienen suficientes recursos para hacer frente a las responsabilidades para con los menores que están a su cargo. Según la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, una de cada tres familias españolas no puede ir de vacaciones ni una semana al año, aunque este no es el hándicap más importante.

En la vida cotidiana del verano, acuciados por trabajos temporales y precarios y con apenas posibilidades de conciliar la vida familiar y la profesional, las dificultades logísticas se agrandan y muchas veces tienen que solucionarse a base de estrategias imaginativas y compartidas entre padres y madres, que suplen así la falta de alternativas reales para el tiempo libre de los hijos.

La falta de una oferta pública potente de colonias veraniegas o bien conduce a la recurrida ayuda de los abuelos (que no siempre es una panacea, porque también se encuentran con dificultades) o bien a recursos de urgencia que no hacen sino acentuar la brecha social, también en verano. La escuela es, para muchos alumnos que viven en peligro de exclusión o en el lindar de la pobreza, no solo un espacio de educación sino también un recurso de supervivencia que, en esta época, desaparece sin que existan, en la práctica, soluciones efectivas. Una mayor implicación de las distintas administraciones es una urgencia social.