Querido/a lector/a, en la España actual, la del coronavirus y sus consecuencias en el terreno político, económico y social, existe un debate que en la medida en que se encabrona y no tiene visos de mejora, esta provocando una aguda división entre las fuerzas políticas que, a la vez y por desgracia, resulta poco fecunda para el bienestar de los ciudadanos.

La verdad es que ni el debate ni la división deberían extrañarme ni preocuparme. Más bien al contrario, si fuera solo eso me parecería algo lógico en el marco de una sociedad compleja, con problemas nuevos no estudiados por los clásicos del pensamiento político y frente a los que caben variadas soluciones. O también se podría decir con razón que el debate y la división surge y expresa la forma que aún tenemos, en democracia, de ejercer la política a través de los partidos políticos, de organizaciones que solo representan los intereses de una parte de la sociedad porque, guste o no, aún existen contradicciones entre los diferentes sectores sociales.

Pero como se ha visto de forma clara y concreta en las controversias que sobre la pandemia se han desarrollado en el Congreso de los Diputados y en la Comisión de Reconstrucción, o en las discusiones que estos días están provocando los futuros presupuestos, uno de los peores problemas que sufre la política española es tener una parte de la oposición que, por motivos muy diferentes, y a pesar de que la ciudadanía está sufriendo la peor crisis desde la guerra civil (con decenas de miles de muertos, una brutal caída del PIB y un futuro que anuncia altísimos índices de paro), en vez de entender la política como diálogo y valorar la importancia que tiene la fuerza del acuerdo y de la acción unitaria para el bienestar de los ciudadanos, se olvida de hacer políticas de país y se dedica de forma inmoral a hacer cálculos electorales. H

*Analista político