Algunas de nosotras, vecinas, tenemos la nefasta práctica de reflexionar, en morado. Principalmente cuando la violencia machista nos asesta uno de sus golpes, como sucedió la última semana en Majadahonda. Otro crimen, otra víctima femenina. Y principalmente también cuando una fecha de marzo nos recuerda el largo camino que le queda por recorrer hasta conseguir la igualdad de todas nosotras con los del otro sexo. Y siendo discretas, como somos vecinas, blasfemamos en urdu en cuanto oímos las teorías de los negacionistas, de los que niegan la realidad del machismo o tergiversan datos de la forma más perversa posible.

Aunque los negacionistas no hacen mella en el ánimo de mi vecina la que vive arriba. Es modosa y educada y feminista sin saberlo, y es castellonense y valenciana. En su corazón afectivo y en su ánimo no crecen los hierbajos como escribió Ausiàs March : «herbes no es fan males en mon ribatge;/ sia entés com dins en mon coratge/ los pensaments no em devallen avall». Pero, claro está, a mi vecina la de arriba no le enseñaron o leyeron los inmortales versos del poeta valenciano en la escuela, porque anda ya criando nietos, y en su niñez no conoció el feminismo, sino la Sección Femenina, que era otra cosa. Tampoco le contó el párroco, cuando la preparaba para la primera comunión, la bella historia bíblica de Débora, la mujer inteligente y de ánimo grande que aparece en el libro de los Jueces; la israelita de gran crédito social que, como juez y árbitro, resolvía los pleitos del pueblo judío en su marcha hacia la Tierra Prometida. Ni Margaret Thatcher ni Angela Merkel fueron las primeras en tomar las riendas de sus pueblos, casi siempre en manos de quienes tienen calzón con bragueta.

Desconoce, por supuesto vecinas, mi vecina feminista los avatares y despropósitos que tuvo que aguantar Fanny Mendelssohn , la hermana de Fèlix , el gran compositor alemán de origen judío. Porque Fanny fue un genio de la música, componiendo, a quien doblegaron las normas machistas de la primera mitad del siglo XIX. Y en la primera mitad del siglo XX, la mujer valiente por estos pagos hispanos fue Clara Campoamor . De esta última tampoco le hablaron en la escuela a mi vecina feminista. Y a una, vecinas, le conforta pensar en todo cuanto representó Clara en las primeras Cortes de la República de 1931. Sin las convicciones sinceras y la decisión de la sufragista Campoamor, nosotras no hubiésemos podido votar ni durante la República.

En fin, amigas, mi vecina la de arriba no utiliza mal o de forma desviada los géneros gramaticales. En valenciano y en castellano, para ella, el sol es masculino y la luna femenino, sin nada que ver con el machismo o el feminismo. Se extraña mi vecina cuando le indico que la luna es masculino en alemán y en árabe, y el sol femenino en ambas lenguas: los géneros gramaticales son arbitrarios, pero esto no es exclusivo de la gramática. Y es que, en la escalera, le mostraba a una la sentencia de un juzgado de Castelló. Y la magistrada-jueza, indica «que debo absolver y absuelvo a…» y le sigue el nombre y apellidos del muchachote acusado de «delitos de amenazas y vejaciones injustas». Con todo castiga a un chico cabal a una semana de arresto domiciliario, por ser un deslenguado en la aplicación de whatsapp. Las vecinas que conocemos al deslenguado del telefonillo, sabemos que es pacífico, cariñoso y formal, sin la modosidad verbal de la madre. Y aguantó estoicamente no poca difamación. Ni qué decir tiene, vecinas y amigas, que el joven ciudadano es el hijo de mi vecina la de arriba. Y que mi vecina de arriba, en la escalera, se destapó con la siguiente aseveración: «Déu meu, i quan de mal li fan algunes dones a la inmensa majoria de dones que han de patir el masclisme». Puro feminismo de quien desconoce a Fanny Mendelssohn, pero aborrece el negacionismo, y pone en la picota a la minoría, muy minoría, que, entre nosotras, no cumplen el precepto bíblico del Dios del Sinaí: No levantarás falsos testimonios, ni mentirás. H