Aprovechando el encierro forzoso a causa de la malhadada pandemia que nos azota, he comenzado a escribir una novela. Nunca había abordado el género de ficción y me apetecía mucho. Pues bien, ahora que soy señor absoluto de mi tiempo, inicio la aventura que, dicho sea de paso, me seduce. Otra cosa serán los resultados. Dios dirá.

Y ya metido en harina, al respecto diré que ayer envié un wasap al elogiado maestro Ramón Tebar, a quien me honro en llamar amigo, señalándole que había hecho uso del nombre y los dos apellidos de su madre porque «me venían al pelo» para el argumento de mi narración. Uno con gran frecuencia, al relatar, se acoge a sus vivencias cercanas o a sus sueños para configurar hechos y personajes. Bien lo señalaba Ernesto Sábato cuando decía: «Ningún escritor puede escribir algo de valor que, de alguna manera, no haya pertenecido al mundo de la vigilia…»

Y es hoy cuando, para redactar esta columna, recojo esa frase hecha de «venir al pelo» que ha hecho fortuna en nuestra lengua, al extremo de aparecer en muchas obras literarias de postín, tanto narrativas como teatrales como beneplácito del lenguaje común. «Venir al pelo», como todo el mundo, sabe significa que un hecho es oportuno, conveniente, viene bien o es adecuado. Pues bien, el origen de la frase está precisamente en el tacto de las pieles. Cuando pasamos la mano sobre una prenda de pelo en la dirección del mismo, la sensación es grata y suave, bien al contrario de cuando lo hacemos a al revés. Para los varones el afeitarse con la cuchilla a contrapelo es un martirio, sin embargo hacerlo en la dirección de la barba es satisfactorio. Está claro que hacerlo así viene al pelo.

*Cronista oficial de Castelló